Fecha de publicación: 26 de septiembre de 2025
El 30 de septiembre se conmemora el Día Internacional de las, los y les Traductores, y en Ciempiés no podemos más que celebrar esta profesión-oficio-arte tan necesaria y tan, muchas veces, vilipendiada. Para ello, van las reflexiones y los deseos de varias integrantes de nuestro equipo de traducción. Algunas intervenciones son concisas, otras más extensas, unas son de tono intimistas, otras más combativas... Porque así somos: diversas pero unidas por la misma pasión.
Y recuerden que, más allá de los espejismos de las automatizaciones, la traducción es humana o no es.
¡Brindamos por ello!🥂
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Cada vez que me preguntan por qué soy traductora, me encuentro pensando en mi historia, en las reflexiones que, a lo largo de los años, fui haciendo sobre mis intuiciones y mis elecciones.
Soy hija de una familia inmigrante italiana, calabresa. Tuve una infancia con una impronta bicultural y bilingüe que fue llamada a manifestarse infinidad de veces. La cultural, enseguida, porque mi tradición gastronómica, por ejemplo, no coincidía ni siquiera con la del vecindario. La musical, tampoco, aunque mi viejo tenía también un corazón tanguero que sonaba en casa muchas veces en el tocadiscos que él mismo había construido. Y lo bien que sonó siempre. Todavía está allí, con tantos tantos discos. La escolarización siempre te normaliza a la sociedad que te instruye, pero, de puertas adentro (muchas puertas, las de todos mis tíos), las reuniones tenían una impronta di paese.
Hija de inmigrantes, entonces, que tenía diversos códigos, no solo lingüísticos, entre los que navegar. De chica, nunca pensé esta circunstancia, solo viví en ella, naturalmente, aunque no sin más de una contradicción. Ya adolescente, casi una jovencita, la vida me puso de manera del todo casual, frente a un contexto italiano. Y ahí, solo ahí, entendí que los códigos estaban llamados a ser tres. Y comencé a entender a mi gente y a las otras personas, un poco más. Una vela se encendió. Nunca más me dejó a oscuras.
Les dije que mi familia era calabresa. Agrego ahora que mis mayores hablaban calabrés, no italiano. Me enseñaron sin buscarlo, hablando y escuchando, a producir los diversos sonidos de una lengua que no implicaba necesariamente a la otra. El italiano, en casa, brillaba por su ausencia. Y poco más tarde, a cuento de esa toma de realidad, quise aprender italiano porque el calabrés, y en Buenos Aires, no era un puente, una red, sino una suerte de limitación. Una limitación, relativa, si se quiere, pero que me daría mucho que pensar acerca de las dificultades de inserción de las personas migrantes. Es fácil rememorar los sacrificios de dejar la propia tierra, lo conocido, la familia y las amistades, el trabajo más que arduo. Pero dejar es solo parte del asunto. Llegar, y llegar a pertenecer... esa es otra batalla. Volvieron a mi cabeza, se reprodujeron como una grabación, tantos relatos, tantos recuerdos. Y las emociones, los sentimientos, que anidaron de manera más visceral. Juntarse con la propia gente no solo era natural, algo que se pudiera dar por descontado, sino que era un espacio seguro, una suerte de pagano refugio de almas.
Comunicar/se es el vehículo del ser, más que del hacer. El vehículo del encuentro que, a veces, tiene, donde más, donde menos, problemas para hallar los puentes. De modo que, esforzadamente, otra vez, hay que construirlos. Y, en esa construcción, desigual y heterogénea, caótica, desordenada y profundamente rica y vital, nos creamos una identidad modificada, renovada, que sale a buscar a esa otredad y, haciéndolo, se encuentra.
La vida ofrece ocasiones, más o menos casuales, más o menos mágicas. Mi caso no fue la excepción. Mientras estudiaba italiano, jovencita aún, en búsqueda de un trabajo, diario Clarín en mano (sí, no me estoy cociendo en mi primer hervor), un pequeñísimo aviso, casi perdido, de tres líneas, ofrecía un puesto administrativo para alguien que tuviera conocimientos del idioma.
Si fuera famosa y todo el mundo supiera mínimamente quién soy, podría escribir «y el resto es historia». Pero no. No solo porque mi nombre resuena apenas en un puñado de otros seres de las tribus a las que pertenezco, sino porque, y sobre todo, me construí y me construyo como parte de una legión invisible de hacedores de puentes. Una intuición se realizó en una ocasión, luego en otra. Cada paso, para ver qué novedad podía traer, consolidó el anterior, invitando a más. El encuentro con las diferentes personas con las que me iba cruzando contribuía a alimentar, a veces por la diferencia, las más por la suma, una identidad en ciernes: persona bilingüe, intérprete, cientista social con un plus... traductora de especialidad, luego también jurídica.
No menos interesante y entusiasmante, una identidad preguntona acerca de su hacer, acerca del sufrimiento lingüístico en todas sus formas, acerca de, en el fondo, todavía y siempre, la eterna pregunta que una vez me regaló la sociología: ¿Cuál es la naturaleza del lazo social? ¿Qué nos mantiene juntos? ¿Cuál es el cemento? Podría ensayar mil respuestas. De hecho, la sociología y las demás ciencias sociales lo hacen. Pero yo encontré mi camino de este modo: ofrezco hacer de puente, construir puentes para que las personas, incluso las que jamás llegaré a conocer, puedan verse, hablarse, comenzar a entenderse en su infinita diversidad y singularidad y, llegadas a un cierto punto del camino, se reconozcan en su hermandad.
Mi más profundo deseo es que ese reconocimiento se convierta en un abrazo feroz, para no soltarse nunca más. Sé que acabo de sacar a pasear a mi ingenuidad. Pero permítanmelo. En ella comenzó a arder la llamita hace un rato más que treinta años. Las luchas hoy son otras que las que pensaba de jovencita; el mundo se enfrenta al horror de sí mismo como hace mucho que no lo hacía, sin ninguna lección aprendida; de todos modos, nos encuentra intentando cambiarlo, una traducción a la vez.
Quiero terminar este saludo con una palabra de amoroso reconocimiento para mis colegas, en primer lugar a quienes anidan en Ciempiés, que, con grandes esfuerzos y enfrentando las miserias del mercado, siguen tejiendo sus preciosas artesanías y tratan de mantener vivo el que es, hace ya un rato, mi leit motiv al que volver toda vez que haga falta: niente senza gioia. Nada sin alegría. Algo que ninguna IA podrá jamás alcanzar.
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Me enorgullece ser parte de un equipo profesional que exhibe siempre el activismo como bandera, entiende la colaboración como herramienta política y usa las palabras como «armas de difusión masiva» para tratar de construir pequeños espacios de felicidad en medio del caos y dar forma al mundo que queremos habitar.
Hoy la proyección de las distintas voces por la justicia es más esencial que nunca para mantener nuestra humanidad. Este 30 de septiembre, nuestro día, alzo la copa a la salud de quienes se la juegan cada día en nuestra profesión.
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En lugar de hacer una ardorosa defensa de la profesión, permítanme citar el potente y hermosísimo resumen que Nuria Barrios hizo en Diario de una impostora para responder a la pregunta sobre qué es la traducción:
[...]La traducción es el único modo humano de leer y escribir al mismo tiempo. Es un texto original que se inspira en otro. Es una ficción basada en hechos lingüísticos reales. Es un acto de amor retribuido palabra por palabra. Es una escuela de escritura. Es una escuela de lectura. Es una escuela sobre los recursos de la lengua materna. Es una escuela sobre los límites de la lengua materna. Es el arte de descifrar: convierte en conocido lo desconocido. Es el arte de la aproximación: convierte en desconocido lo conocido. Metamorfosis. Oficio en el que conviven el rigor y las ambigüedades. Es un pequeño arte. Es un trabajo esencial. Lleva siempre la impronta de su traductor. Es un oficio invisible. Es la demostración de la plasticidad infinita de las lenguas. Es una cuestión de confianza. Cuestiona la confianza que tiene la traductora en su lengua. Es una perturbadora preocupación existencial. Oficio artesanal. Función especializada de la literatura. Es una forma de impostura. Ha de reproducir literalmente el texto original. Es una recreación, un juego en el que la invención se alía con la fidelidad. Para ser fiel requiere libertad. Es, simultáneamente, reproductiva e innovadora. Es una traición. Es un pacto de amor. Es un oficio de matices. Actividad doméstica. Profesión peligrosa. Es una práctica de la admiración. Mejora la lengua materna de la traductora. Amenaza con aniquilar la lengua materna de la traductora. Es un acto de cuestionamiento que convierte en madrastra la lengua materna. Es un autorretrato en un espejo convexo. Es un pequeño cataclismo identitario. Camino de regreso a la extrañeza original del idioma. Extrañamiento. Es una actividad cosmopolita. Es una forma de domesticación. Convierte a la traductora en apátrida. Es un modo de levitación. Está sujeta a la aceleración de los plazos de entrega. Solo es rentable si se trabaja con rapidez. Su naturaleza es contraria a la urgencia. Obsesión textual. Es posible. Es imposible. Afán utópico. Trabaja sobre una obra ya hecha. Es un paso hacia lo inexplorado. Oficio que requiere colaboración. Actividad solitaria. Forma de migración. Su desempeño exige inmovilidad. Requiere del valor de la audacia. Algo se pierde en la traducción. Algo puede asimismo ganarse. Es una herida que emite su propia luz. Ninguna traducción es neutra. Es una continuidad transformativa. Fija lo mudable. Devuelve el movimiento a lo que se presentaba inalterable. Es un ejercicio de trashumancia. Viaje interior. Viaje improbable que lleva a un lugar inverosímil. Es una afirmación de la mudanza permanente que constituye la vida. Máquina del tiempo. Ha de mantener vivo el eco del idioma de origen. [...]
¿Y para mí? Oficio. Profesión. Arte. Pasión. Medio de vida. Responsabilidad y compromiso. Activismo y militancia. Amistad. Vínculos. Empatía. Colaboración. Estímulo intelectual y emocional. La traducción para mí es todo eso y mucho más. Hoy y siempre, brindo por la jerarquización y la valoración de nuestra labor. Junto con el tradicional augurio de amor en todas sus formas, salud y prosperidad, mi deseo es que la traducción sea para ustedes, colegas, todo lo que alguna vez soñaron que iba a ser.
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Ante la automatización del conocimiento y el eco de las voces violentas y autoritarias, busquemos esperanza en la traducción, que nos recuerda que el mundo está hecho de una variedad de experiencias y opiniones. Este oficio es una manera de entretejer realidades y perspectivas, una herramienta fundamental para establecer el diálogo, y una oportunidad de darle espacio a las voces que no se escuchan.
Que la traducción nos siga permitiendo darle vida eterna a las ideas 🥂