Fecha de publicación: 24 de octubre de 2025
====================================================

Va a ser un lindo invierno en San Martín de los Andes, los días de otoño son fríos, pero no crueles. Se nota que va nevar mucho y se tendrá una gran temporada para disfrutar; por eso los locales aprovechamos para salir y hacer actividades, antes de que el invierno nos tape con la nieve y no nos permita disfrutar de momentos al aire libre, aunque el paisaje con la blancura que nos da, en esta parte del sur, es precioso de admirar.
Siempre recuerdo la primera vez que llegué a la ciudad y pude visualizar la gama de colores que nos brindaba este paraíso. El lago Lacar imponente, tranquilo, nos entregaba una imagen de fotografía que me permitía emocionarme estando en frente.
Desde ese día siempre volví en cuanto pude a mirar los alrededores, los picos de la montaña, que ya se reflejan en su punta la nieve, los relieves y líneas blancas que permiten ser luz para el paisaje que tenemos.
Agradezco todos los días el poder vivir acá y el haber tomado el impulso de mudarme nuevamente. No es la primera vez que me tengo que adaptar a un lugar nuevo, pasé por varias ciudades, viví entre muchas culturas, pero siempre supe que quería volver a mi origen, mi país. Ahora ya jubilada, me propuse hacer lo que siempre quise, dedicarme totalmente a la escritura, y qué mejor que el lugar en el que siempre quise estar.
Tuve la suerte, o era mi destino, de viajar, pero siempre la corazonada me volvía a repetir una y otra vez que mi lugar era Argentina. Convencida de disfrutar y conocer, así pasé los años, hasta que hoy me permito quedarme quieta.
Como ya es costumbre, a las cuatro de la tarde voy a mi cafetería de siempre, que se encuentra en el centro. Me gusta caminar por las calles y observar las tiendas con ese aire de barrio de montaña. La ciudad no tiene edificios altos, para que se pueda apreciar los paisajes desde todos los ángulos, esto lo supe porque una vez cuando vine de vacaciones, un señor de la hostería donde me hospedaba me lo comentó.
Al entrar a la cafetería hay bastante gente merendando, pero encuentro un lugar donde sentarme y estar a gusto para poder comenzar a escribir.
Sin darme cuenta, el tiempo pasa y la cafetería se llena, estaba tan concentrada que no oía el bullicio de las personas presentes, en un momento se me acerca una mujer y me pide compartir la mesa, ya que no tenía lugar donde sentarse. Como no me modificaba en nada su presencia, y yo estaba concentrada en mi tarea, no me pareció mal decirle que sí.
Se trae su infusión con un pequeño bocadito de chocolate, sonríe.
—Este lugar es muy acogedor —me dice y la veo moviendo la cabeza mirando a todos los lados.
—Sí es mi refugio en muchas tardes de mi vida —le contesto.
—Observé que estabas trabajando con el ordenador, así que no te hago perder el tiempo —me aclara.
—Gracias. —Es mi respuesta.
Continuo con la tarea, que me demanda. Debo confesar que mucho no me puedo concentrar: tengo a una mujer enfrente y no hablarle me es raro. Ella concentrada observa y toma su infusión, tiene una pequeña libreta que dejó apoyada en la mesa, me da intriga preguntar, pero no me animo, trato de seguir tipeando, pero algo me lleva a romper el hielo.
—¿Le puedo preguntar si está de vacaciones? —Sonríe, con la cabeza asiente, está de vacaciones.
— Me gusta mucho la montaña, es mi lugar entre los paisajes —me afirma.
Sonrío y le digo mi nombre, Nadia.
—¿Qué tal? Soy Laura —me responde.
—Noto que no es de acá —le consulto.
—No, soy de Colombia, pero bueno también parte del mundo, ya que viví en varios lugares —me responde, toda sonrisas.
—Qué bien, yo también; hace unos años decidí instalarme acá —le digo.
—Qué bueno. Sin ánimos de ofender, le puedo preguntar a qué se dedica o su actividad, ya que la observo con el ordenador.
—Ya me jubilé y decidí dedicarme a la escritura, aunque escribí en gran parte de mi vida.
Se ríe y me comenta que también es escritora.
Así fue que dejé mi actividad y me puse a charlar con ella. Comentamos varias cosas, la conversación se fue haciendo más amena. Entre risas y anécdotas, le consulté si estaba a gusto con su experiencia de vida, sin pensar en lo que le estaba preguntando. Dudé por un momento, estaba haciendo una pregunta tan personal y profunda a casi una desconocida, pero que en este tiempo que iba transcurriendo se había hecho tan conocida para mí. A Laura le pareció extraordinaria la pregunta, y con gran emoción me respondió.
—Viví sin afán muy cerca a la fe en mí misma, me reconozco bondadosa y llena de discernimiento. Nunca me afané por las cosas triviales que el sistema quiso implantar en mí como importantes o imprescindibles; al contrario caminé despacio, me incliné reverencialmente a la vida y supe distinguir el valor sagrado del valor capitalista. Siempre que pude, me reconocí humana y no me juzgué cruel ni despiadadamente. Me perdoné todo el daño que me hice y el que permití que me hicieran y encontré el modo de atravesar el rencor, la venganza y el resentimiento, estuve a la altura de mi grandeza. Aprendí a ser más sabia y justa cuestionando mis dogmas y verdades, escuchando y atendiendo a lo históricamente marginado, humillado y violentado. Pelié las batallas que necesitaba para transcender y me rendí ante las luchas que solo motivaban mi ego. Habité mi cuerpo como un templo, lo llené de disfrute y placer, de tranquilidad y alegría, lo supe escuchar siempre y lo atendí como a una Diosa, por eso hasta el final de mis días mi cuerpo se ve hermoso y está completamente sano, fuerte y vibrante. Aprendí a no querer ser nadie más distinta a mí, dejé los celos y la envidia porque reconocí en mí lo más sagrado y me alegré genuinamente por la grandeza de les otres, especialmente la de mis seres más amados. Amé profunda y lealmente a una tribu abundante, y recibí amor bonito y leal de su parte. Me vinculé con seres kármicos que me enriquecen constantemente y les pagué justamente su bondad. Parí obras, libros y espacios que ayudaron a varias personas, compartir la experiencia de mi Quirón sirvió para que otres pudieran trascender el suyo. Me enamoré tantas veces que no puedo recordarlas, porque casi todo me era susceptible de admiración y gracia: personas, lugares, animales, situaciones y películas. Fui soberana de mi sexualidad, disfruté, conocí y descubrí los encuentros más emocionantes y sanadores, fui instrumento del placer y la ternura en cada uno de ellos.
Quedé en silencio, pero observándola, se veía iluminada, estaba en este momento oyendo algo maravilloso y me lo decía una mujer, una hermana astrológica, con la que el sufrimiento me había unido en algún momento, y hoy nos hacía encontrarnos.
—Qué hermoso —le expreso con vehemencia.
—¿Y tú?
Me emociono un poco, pero me animo a su consulta.
—Lo que sé con firmeza es que aprendí, que cada paso que di, fue aprendizaje. Desde muy chica sufrí. La vida me golpeó muchas veces; esos golpes se transformaron en la mayor herramienta. Y fue el impulso que me permitía seguir de pie. Saber que jamás me rendí, que caía varias veces, pero que no me vencía. Afirmar en los momentos más difíciles que mi gran apoyo fue mi familia, mi alivio, que mis hermanos estuvieron para mí siempre, que jamás fuimos desagradecidos con lo que nos tocaba. No fuimos egoístas; al contrario, fuimos cobijo de nuestros seres queridos y quienes nos necesitaron, que cada acto que hicimos fue porque lo aprendimos de nuestros padres, que nos enseñaron que somos por los otros y en conjunto somos todos. Estuve para proteger a cada niño, niña y entender que era mi tarea asignada de la vida y saber que yo vine a hacer eso a este mundo. Fui compañera de cada hombre que estuvo conmigo y formamos grandes equipos, amé mucho, lloré mucho, pero lo que sé es que me amé con gran pasión, me reí de mí y eso muchas veces me hizo no morir. Aprendí lo más sencillo, a ser yo misma, sin tantas explicaciones.
Vuelve el silencio, pero esta vez es Laura la que me está mirando con una gran sonrisa en su rostro y me confiesa
—Qué gran satisfacción sentir la tranquilidad de ser una misma. Eso sí que lo aprendimos.
Y así pasé la tarde, en mi cafetería de siempre.
Nadia y Laura. Laura y Nadia. Así, a secas a pedido de ellas. Se encontraron, pantalla mediante, durante el taller de escritura quironiana que moderaron Maui y Keny Barone en marzo de 2025. Dos sentipensares afines, dos historias de vida, dos mujeres que, primero, se fundieron en un texto y, luego, en un tan ansiado abrazo real.