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Si volar pudiera...

Cuento escrito por Gema Alcalá Recuero
Fecha de publicación: 30 de mayo de 2025

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Un collage: la fotografía de un gorrión sobre un círculo de color beige oscuro.

Nunca me había fijado en cómo nuestros gorriones autóctonos se alinean sobre los cables de alta tensión, desafiando a la energía eléctrica que estos transportan. Combaten de esta manera el frío de enero. Ellos, que para mí siempre han sido los reyes de este paraje urbanita, juegan como si fueran niños. Me quedo anonadada al contemplar el cortejo de uno de ellos a la que tiene pinta de ser la guapa de la bandada. Le frota el pico con el extremo de una de sus alas y ella se aparta de un saltito. El galán se acerca de nuevo, esta vez colgado cabeza abajo. La dama, haciendo caso omiso, mira hacia el vacío y, cuando él gira la cabeza para comprobar dónde ha dirigido su atención, ella levanta el vuelo y deja al pobre enamorado colgando del cable con cara de bobalicón y deseando que nadie haya visto el desplante. Me pregunto cómo volverá a su posición normal; aunque, si los gorriones tienen dignidad, tal vez nunca lo haga. Cómo me gustaría decirle que el orgullo no merece la pena, y menos aún cuando se puede volar.

Los gorriones me han recordado a Gus, a todo lo que nos pasó. A Gus le encantaba viajar, ya fuera para visitar pueblos o ciudades españolas ya para conocer otros países cuanto más lejos, mejor, dependiendo, claro está, del tiempo libre y del dinero del que disponíamos. Una vez en el lugar, lo recorríamos a pie sin descanso y solo nos deteníamos para fotografiar la típica estampa que podría encontrarse en internet. Después continuábamos con la expedición sin reposar ni un segundo, pues él consideraba que había que seguir trotando como si no hubiera un mañana. Pero mi cuerpo, cada vez más lastimado por la degeneración irreversible que me hostigaba, me obligó un día a decir «¡basta!». Yo creí que a Gus también le gustaría la nueva forma de viajar que le propuse, y que consistía básicamente en tomarnos las cosas con más calma; por ejemplo: no había que renunciar a conocer los bosques increíbles de América, pero mientras él jugaba a ser descubridor, yo le esperaría en el campamento contemplando y aprendiendo sobre la flora y fauna del lugar, o en la terraza de una cafetería francesa a escuchar las conversaciones de otros comensales, mientras él recorría la ciudad y se sacaba fotos en la torre Eiffel.

—Eso es tirar el dinero. No tienes ni idea de lo que es viajar —me dijo muy enfadado.

Su incomprensión me provocó un llanto incontrolable. ¿Cómo hacerle comprender que, por mucho que quisiera seguir su ritmo, mi cerebro no me obedecía? Y sobre todo, ¿cómo asimilar que quien consideraba mi compañero de vida no me aceptaba? Cuando Gus rompió conmigo me sentí como el gorrión que se quedó pasmado sobre el hilo de alta tensión. 

Tras recuperarme del desengaño amoroso, empecé una vida nueva. Abandoné el nido muy a pesar de mis padres, siempre protectores, y me lancé a comprar un piso que ofertaba un banco a muy buen precio. Quedé para firmar la hipoteca con Laura —la encantadora empleada del banco que me vendió la vivienda— en el portal de la notaría, al que se accedía desde la calle por unas escaleras larguísimas.

—¿Hay que subir por aquí? ¿No hay una rampa o ascensor? —pregunté temiendo por la poca estabilidad de mis piernas.

—Pues no —respondió Laura con su sonrisa maravillosa desde el segundo escalón—. Si te parece, voy yendo yo por si el notario está esperando.

Y se fue, dejándome sola, como al pajarito colgado del cable. Me senté en un escalón y esperé sin saber el qué, con el teléfono en la mano por si acaso me requerían. 

—¿Busca a alguien de este edificio? —me preguntó un hombre trajeado. 

Sin levantarme, le respondí:

—Sí, vengo a la notaría, pero no puedo subir por esta escalera.

—Pues coja el ascensor, mujer. Venga, que la acompaño —sugirió él, que resultó ser el portero. 

Me dolió que Laura me hubiese mentido respecto al ascensor. Después, mientras esperamos como una hora a que el notario estuviera disponible, las únicas palabras que crucé con Laura fueron las necesarias para que la transacción llegara a buen término. Acababa de aprender la enorme diferencia que hay entre simpatía y empatía.

Hacía mucho que no madrugaba tanto. Antes era algo habitual, pues me gustaba estar presente en la vida para ver salir el sol. Ahora mañaneo por obligación, y solo para ir a mis citas médicas, ya que, habiendo internet, no es necesario salir de casa temprano para hacer otras gestiones. El sol está saliendo —¡a buenas horas!—; hoy se ha hecho el remolón ocultándose tras una nube negra que revienta sobre todos sin apiadarse de los gorriones del cable. (Me río al pensar en una serie televisiva con ellos como protagonistas). Me gusta sentir la lluvia fresca de enero contra mi rostro, sentir las gotas que resbalan por la frente y me empapan las cejas. Mi cabeza está chorreando, lo que significa que llegaré a mi próxima cita con pelos de bruja, pero me da igual. Hace mucho que dejaron de preocuparme las cosas que me importunan y no dependen de mí. Cuando esté en el hospital pasaré por el baño e intentaré arreglar el desastre; de paso haré pis, que con la lluvia mi vejiga se cree nube negra. Me cuesta retener la orina y procuro no beber líquidos si voy a estar mucho tiempo fuera de casa. Lo he pasado fatal en demasiadas ocasiones. 

Todo el mundo sabe que hay aseos adaptados para el uso exclusivo de personas discapacitadas, y no es solamente por el equipamiento que precisamos, también porque a veces no es posible aguantar las necesidades fisiológicas y es bueno disponer de un lugar sin esperar turno. Una vez en Carrefour sentí unas ganas incontenibles de ir al baño, y corrí —es un decir— hacia el reservado para discapacitados, aun a sabiendas de que podría encontrarme allí con un grupo de cajeras fumando, como ya me había pasado en otra ocasión. Ese día el baño estaba atestado de trastos que llegaban hasta el techo e impedían que entrara. Afortunadamente el aseo de señoras «sin discapacidad aparente» estaba justo al lado. Mi equilibrio y mis piernas debilitadas no me permitieron estar demasiado tiempo de pie para miccionar, por lo que acabé sentada en el asqueroso inodoro, pero al menos pude cumplir con mi cometido. Un día casi me lo hago encima; fue en el lavabo de un quiosco de la Casa de Campo, en el que había cola para entrar. Las mujeres iban pasando indistintamente al baño normal y al que era para discapacitadas, pero ninguna de ellas me cedió el turno para utilizar el aseo que me correspondía, a pesar de que me apoyaba en un andador.

Los gorriones se han ido. ¿Dónde se guarecen las aves cuando hay tormenta? Después de comprobar cómo arrostran burlones la alta tensión al columpiarse en los cables, no me extrañaría que buscaran el abrigo de un árbol sin temor de que les parta un rayo. Decía que los gorriones se han ido, pero ha venido un caracol que no ha dudado en deslizarse por mi mano cuando se la he acercado. Es lento, como yo, y lleva sobre su espalda ese peso que condiciona la vida..., su vida. Estoy empezando a mimetizarme con este entorno frío y mojado. No sé qué hacer ni cómo colocarme, me duele la espalda, los espasmos musculares de mis piernas en la misma postura tanto tiempo son una tortura, me está matando el cuello por evitar que la cabeza toque el suelo. 

Por fin llega el dueño del coche que ha aparcado en el paso de cebra obstaculizando una gran parte del vado por el que yo intentaba pasar con la silla de ruedas. No fui muy inteligente, lo sé, pero creía que, si las ruedas del lado izquierdo de la silla pasaban por el nivel más bajo del bordillo libre, bastaría con que me impulsara hacia atrás para… caerme de espaldas entre dos coches aparcados en línea, sin tener la posibilidad de maniobrar para levantarme. Decía que por fin llega el irresponsable y no se da cuenta de que estoy ahí tirada. He de hacer algo antes de que arranque y dé marcha atrás.

—¡Eh, tú, el del abrigo azul! —Mira hacia todas partes sin saber de dónde vienen las voces—. Detrás de tu coche, en el suelo. No se te ocurra arrancar.

—¡Madre mía, madre mía! —exclama muy nervioso mientras me levanta—. Lo siento tanto… Solo aparqué unos minutos, mientras compraba el periódico.

—Ah, ¿sí? Pues llevo más de una hora aquí tirada.

—Perdóname, por favor. ¿Estás bien?, ¿necesitas que te lleve al hospital? 

Me aparto de él y me coloco junto a otro coche.

—No. Solo necesito que te vayas y dejes el paso de cebra libre para que pueda continuar con mi vida.

—Estás empapada, por lo menos deja que te invite a tomar algo caliente. —Mi mirada de desprecio le hace callar instantáneamente, y con un hilo de voz entrecortada añade—: Déjame ayudarte.

—¿Para qué? —respondo sin variar el tono de enojo—. ¿Para que te dé las gracias y así esta noche duermas con la conciencia tranquila? —Él no sabe qué responder y agacha la cabeza—. ¡No necesito tu ayuda! Estoy tan cansada de sortear obstáculos continuamente… Solo quiero que la gente como tú no me haga la vida más difícil. ¿Es mucho pedir?

Le doy la espalda sin esperar respuesta. Él balbucea una disculpa, pero ya no le presto atención; es como escuchar la lluvia que no cesa, que me empapa y me congela. Un gorrión se posa en los cables de alta tensión y me mira fascinado.

Sobre la autora

Primer plano de Gema Alcalá Recuero. Gema tiene tez clara, usa gafas y tiene el cabello liso, castaño y corto a la altura de los hombros. Mira de frente a la cámara, tiene la barbilla apoyada sobre la mano izquerda y sonríe ligeramente.

Nací en Madrid, en una familia numerosa llena de inquietudes artísticas y literarias. Desde niña compongo música, y con los años me adentré en la escritura teatral y novelística. He publicado tres novelas: Celos de Dios (2011), La empatía del centauro (2012) y Sé que soñabas conmigo (finalista en el IV Certamen de Narrativa Mujer al viento 2018). Los violines del ángel permanece sin publicar, a pesar de haber sido finalista en el IX Premio Bubok 2017 y en el Premio Fray Luis de León 2014. Además, tengo otras tres novelas inéditas que aún aguardan su momento.

En 2023 obtuve el segundo premio en el I Concurso de Relatos Cortos «MAGA» por «Si volar pudiera...».

Por ahora, sigo siendo la eterna finalista, pero no perdedora. La eterna finalista es la que no deja de intentarlo. Escribir también es resistir.

30 de mayo - Día Mundial de la Esclerosis Múltiple


El Día Mundial de la Esclerosis Múltiple  fue establecido en 2009 por la Federación Internacional de Esclerosis Múltiple. Alrededor de este día, toda la comunidad mundial de EM pasa a la acción compartiendo historias y sensibilizando a la sociedad acerca del impacto que tiene esta enfermedad crónica, heterogénea y cambiante, en las vidas de las personas con EM y sus familias.
El lema del movimiento asociativo liderado por Esclerosis Múltiple España para 2025 es: «Mi Esclerosis Múltiple es real, no me la invento»
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Algunos de los reclamos de la comunidad son:

  • Reducir los tiempos de detección de la enfermedad y su tratamiento. 
  • Un enfoque social y sanitario integral, cuidando especialmente el impacto emocional y la protección laboral tras el diagnóstico. 
Infografía sobre la esclerosis múltiple

¿Qué es la esclerosis múltiple?

La esclerosis múltiple (EM) es una enfermedad neurológica; afecta al sistema nervioso central, formado por el cerebro y la médula espinal.

El sistema inmunitario normalmente protege al cuerpo, pero en la EM ataca a la mielina de las células nerviosas (neuronas) por error. Los nervios se extienden a lo largo de todo el cuerpo, así que la EM puede manifestarse en muchas partes del organismo y hacerlo de maneras muy diferentes.

No todos los síntomas aparecen en todas las personas, ni lo hacen con la misma intensidad. Este es el motivo por el que se presenta en cada persona de forma distinta (es heterogénea) y se suele llamar «la enfermedad de las mil caras».

La mayoría de los casos se diagnostican en personas que tienen entre 20 y 40 años de edad (precisamente cuando están diseñando su plan de vida) pero también puede aparecer en niñeces, adolescentes y personas ancianas.

Infografía sobre la esclerosis múltiple

Fuentes: https://diamundialem.org/ y https://esclerosismultiple.com/